LEY DE EDDIE MURPHY
EL FAMOSO POZO MENENDEZ
Por Eddie Villa Real


Era famoso hace treinta años. Sí, un gran secreto a voces. Todo el mundo sabía su existencia. Era la solución perfecta para gobernantes de aquellos tiempos del PRI cabrón.  Muchos judiciales y sicarios lo usaban  para eliminar a sus enemigos o bien porque recibían ordenes de sus jefes dentro y fuera de la corporación policíaca. La frase era bien conocida y las ordenes tajantes: “ A ese pinche guey que nos está molestando por todos lados de la sierra, hay que darle el tratamiento “MENENDEZ”.  Los que engrosaban las filas de los obedientes “perjudiciales”, entendían perfectamente y seguían la orden al pie de la letra. Lo detenían, le bajaban una lana a la familia hasta quedar totalmente exprimida y en ruinas. Les decían: “No se preocupe por su viejo, señora. Le vamos a dar chance que se escape pero con la condición de que se vaya de brasero a los EEUUAA y con ese cuento la familia quedaba satisfecha de que en un tiempo más que razonable iban a oír de su único sostén y que les iba a mandar muchos dólares desde el “gabacho”


Pero la realidad era otra, se lo llevaban en la patrulla por la carretera a Taxco y lo vendaban al acercarse al famoso pozo. Todos sabían que no tenía fondo pues los gritos de los que las víctimas les tocaba el vuelo con aterrizaje forzoso al fondo, seguían y seguían y seguían los aullidos de espanto y desesperación al escucharse  por muchos segundos hasta que se desvanecían ya sea porque el cuerpo iba chocando en las paredes de la gruta o bien porque el golpe en el desconocido e inexplorado fondo no se escuchaba de regreso hasta el borde donde los judiciales se quedaban quietos tratando de justificar su horrendo crimen con el hecho de que habían recibido órdenes del jefe o bien porque estaban convencidos de que el que acababan de lanzar sin paracaídas era un verdadero cabrón-


Esto pasó en aquel tiempo. Me recomendaron a un judicial que había sido pescado con las manos en la masa. Estaba entambado por varios delitos como extorsión, robo y otras chuladas. Me lo había recomendado un político amigo mío que sabía que yo las controlaban de todas todas por allá.  Era muy amigo del Presidente del Tribunal de Justicia y me pidieron que ayudara a este pobre ex –judicial que se hallaba en broncas.  Fui  verlo al CERESO y le dije que me confiara toda la verdad de lo ocurrido para ver en qué forma le podía hacer la balona de sacarlo de ahí.  


Lo que me platico me llenó de horror.  Había trabajado 20 años como judicial y en muchos casos lo mandaban de guarura de algún Srio.  de Estado o bien con gente muy allegada al Presidente.  Sus narrativas eran de otro planeta. El monje loco, personificado por el actor que es más conocido por su personaje de Ludovico Peluche que gritaba “fue horrible, fue horrible” al enterarse de los cuentos horripilantes del guarura,  se quedaba paralizado  de horror .


Me platicó, con la mano en la cintura y como si fuera la cosa más natural del mundo, que en tiempos de Figueroa, para resolver el problema de los guerrilleros revoltosos del Ejército Popular Revolucionario que antes se denominaban como Organización Campesina del Sur,  agarraban a todos los que les parecían sospechosos o bien por simples denuncias de sus enemigos y los subían a las camionetas. Sin juicio sumario y sin saber si eran miembros de la organización clandestina,   los etiquetaban como bandoleros, guerrilleros, asesinos y culpables con una simple decisión colectiva entre los judiciales.  Los que se ponían bravos, los madreaban y los dejaban hechos una pulpa de sangre y moretones. Así es mejor, decían pues al lanzarlos desde los helicópteros, los tiburones se los comían rapidísimo. Comentaba que en muchos casos con gran morbo, se quedaban volando un rato a poca altura para observar como el pobre desgraciado con las piernas sangrando por las cortaduras que les causaban todavía con gran desesperación trataba de nadar o bien de pelear a brazo partido con los escualos que les arrancaba las piernas y brazos, dejando el tronco todavía vivo a merced de especies menores que se deleitaban en el festín macabro.


Cuantos fueron, quien lo sabe.  Únicamente los que lo hacían  pues  no quedaba ni rastro,  pero en el pozo Menéndez, lo que tenía que pasar pues ya pasó. Noticia reciente en los periódicos  anuncian que la Procuraduría  de Guerrero descubrió un pozo cerca de Taxco en donde habían detectado que se tiraban vivos a los enemigos del narco. Se iniciaron los trabajos de investigación y se contó con expertos espeleólogos, o sean los que saben cómo meterse a los pozos profundos con ayuda de malacates, cuerdas largas e introduciendo canastas colgantes que llegaban hasta el fondo. El nombre de Menéndez ya no salió a relucir. Lo bautizaron con otro nombre desconocido o tal vez, podría tratarse de otro pozo pues éste, según dicen,  solo tenía 180 metros de profundidad y no hay más que dos alternativas. O bien se trata de otro pozo o bien las autoridades no se atrevieron a revelar la verdad tan macabra.  En el último censo publicado ya llevaban más de 100 cadáveres en putrefacción total o bien huesos con más de 20 años de ser alimento de los gusanos y alimañas existentes en el fondo. Lo último que supe del Menéndez es que las autoridades lo habían tapado con una gran losa de concreto para impedir que continuara la masacre de los judiciales   convertidos en verdugos del siglo XX sin capucha ni hacha al hombro. Era más sencillo. Los tomaban de las manos y pies y meciéndolos les organizaban como hamacas vivientes y los soltaban al tomar velocidad periférica para que iniciaran ese vuelo  sin boleto de regreso. Según me informo el judicial que me lo platicaba sin el menor asomo de estar arrepentido, no eran ni cien ni 200. Hablaba de miles de muertos cuyos familiares todavía esperan que regresen con muchos dólares del otro lado. 


Salí del CERESO con una sensación mezcla de asco y tristeza. Como es posible que entre los hombres de buena voluntad, como dijo Cristo, puedan existir seres tan increíblemente parecidos a los más sangrientos animales de la creación. Le dije que no se preocupara, que yo haría lo posible para ayudarlo por ser tan franco y sincero conmigo al platicarme su versión que dio origen a este cuento del famoso pozo Menéndez. Nunca hice nada y muchos años después me entere que lo habían asesinado dentro de la cárcel.  Quizá fue alguien que lo reconoció. Es ahora cuando recuerdo el sabio precepto de la ley de Murphy que dice claramente: “El que a hierro mata, el hierro muerde”

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