ABIGENERAL FUSILADO


El general era un veracruzano de hueso pintado de rojo como su paliacate. Ya no tenía para uniforme así que usaba sombrerito de esos diminutos que usan los jarochos cuando bailan la jarana o la bamba.  La guayabera blanca era de rigor y él decía que para que la gente sepa que es  general revolucionario hay que ser como los toreros, basta parecerlo.


Se había rebelado en contra del gobierno y trotaba por los caminos tropicales del estado de arriba abajo.  Siempre visitando los ranchos ganaderos en donde invariablemente le donaban reses para su tropa. No tendremos para uniformes ni parque, decía, pero lo que es carne para asar, tenemos de sobra.  Todo iba bien hasta que el nuevo gobierno revolucionario cambió de parecer. Los bilimbiques ahora circulaban con nuevas efigies y la gente se desesperaba pues no sabía que hacer con los anteriores que ya no tenían valor.

Nuestro general los calmaba cuando acudían a el para pedirle consejo. “No se preocupen, todo volverá a la normalidad y volveremos a ser lo de siempre”  Los campesinos no entendían nada pero eso sí, les gustaba mucho como les hablaba.

Pasaron los meses o quizás años y la situación no cambiaba.  Al no contar con el reconocimiento del gobierno federal en turno, el general no sabia que hacer con su tropa. Cada  vez mas deserciones lo dejaban en posición débil e indefensible de su causa, cualquiera que ésta fuera.

Al revés que Pancho Villa que primero fue cuatrero,  después forajido y al último general a nuestro personaje le ocurrió exactamente lo contrario.  De general a salto de mata paso a asaltante de ranchos y haciendas ganaderas.  Arrasaba con lo que encontraba a su paso. La gente que al principio de daba gritos de aprobación y apoyo ahora le vociferaban mentadas de madre al por mayor.

No le importaba mucho la opinión de los hacendados o de los campesinos.  Al cabo nadie que importe se va a enterar, pero el dicho es inexorable.  De tanto estirar la liga y ver que aguanta al rato menos pensado se revienta o dicho en mexicano: “Tanto va el cantaro al agua.  Y se reventó la liga o también se quebró el jarrito

A la Secretaria de Guerra, como se llamaba en esos tiempos, le llegó el reporte.  Un general de la revolución andaba en el abigeo y que además se jactaba ahogándose de risa que era el primer ABIGENERAL del ejercito mexicano.

Esto no puede continuar dijo el mero jefe de todos los generales. Tengo instrucciones del Sr. Presidente en turno de acabar con la delincuencia, la impunidad y los robos.  Sobre todo los asaltos que están ocurriendo día con día en la capital organizados por esos del automóvil gris que piensan que estamos pintados.

El nombramiento de jefe de la policía al General Cruz fue bien recibido por el ejército y sobre todo por la población en general. Sabían que Cruz era un desalmado y que de una manera u otra iba a resolver el problema de delincuencia en el Distrito Federal

Las instrucciones eran sencillas. Cuando pesquen a alguien robando, asaltando o violando me lo dejan libre de inmediato pues ya no podemos seguir llenando las cárceles.  Todos se quedaron mirando unos a otros como pensando en coro.  “Me cae que este general esta reteloco”  Que clase de Jefe de la Policía es este.  Nos va a llevar la chingada era,  la frase que se reflejaba en la cara de todos los subalternos.  Nadie se atrevió a decir nada.   El miedo brincaba de una pared a otra en la gran oficina decorada en lo que ahora se denomina ART NACO.

Por fin un oficial de menor grado se atrevió a preguntarle al General Cruz. ¿Mi General, con todo respeto, si hacemos eso, la ciudad se va a volver caótica.  Nadie va a parar a los cabrones delincuentes que andan sueltos como cabras en el monte.  Ni como parar el desmadre que se nos viene encima.

“No seas pendejo, muchachito, vas a ver que no va a ver ningún abuso ni alboroto. Lo que pasa es que Uds. no dejan a sus jefes terminar las instrucciones. Son unos irrespetuosos.

Las instrucciones eran precisas.  Al cualquier delincuente que pescara la policía en vigilia en algún acto de robo, asalto, violación, transa, fraude o lo que fuera de acuerdo a la muy particular opinión de ese guardián de la ley, se le autorizaba de inmediato y en ese mismo acto el de cortarle con un machete, tijeras o cuchillo la falange del meñique de la mano izquierda y después de vendarlo cuidadosamente para que no se desangrara, lo dejaban en libertad absoluta.

Los policías encantados de manejar una absoluta discrecionalidad empezaron a cortar dedos por doquier a los raterillos, carteristas o asaltantes que apresaban y en lugar de llevarlos presos les mochaban una esquinita de la uña pues se sentían muy menesterosos.

La voz se corrió de inmediato en todo el pueblo y los delincuentes fueron los primeros en darse cuenta de lo que ocurría.  Si pescaban a cualquier persona que tuviera cortado el dedo meñique,  de inmediato y sin previo aviso le aplicaban la ley fuga.  “Córrele cabrón. Te doy chance que te escapes” Y sin decir agua va, le disparaban por la espalda.  Al dar su parte en el Ministerio Publico de la muerte del desdichado ladronzuelo correlón, simplemente se levantaba el acta de que al ser apresado había pretendido huir y se le tuvo que detener con un balazo en las patas pero que la puntería había fallado y le dieron en el meritito corazón.

La delincuencia desapareció. Los rateros encontraron chamba de mecapaleros en los mercados y los violadores se convirtieron en románticos galanes en busca de novia para aplacar sus ansias de fornicadores.  Los transas y defraudadores  incursionaron en la banca y las finanzas y el reino volvió a ser feliz.  Todo mundo admiraba y quería al General Cruz y los periodistas se volcaban en lisonjas y alabanzas. 

“General Cruz, yo necesito que me resuelva el problema de los abigeos en todo México. Ya no podemos soportar que generales revolucionarios se dediquen a robar reses como si fueran del gobierno,  aunque digan que es para alimentar a la tropa, me vale madres. Hay que hacer algo”

Muy sencillo, Sr. Secretario, hay mandar tropas a perseguirlos y que los quiebren en caliente sin ningún juicio sumario ni que la chingada. Ahí mismo que los pasen por las armas. Solamente falta que Ud. de la orden y será seguida al pie de la letra.

Al Teniente Coronel de origen poblano le toco la zona de Veracruz y ni tardo ni perezoso inició la búsqueda de nuestro general veracruzano de guayabera, paliacate y sombrerito.  Cuando lo apresaron se le pregunto la razón por la cual estaba dedicando su tropa al abigeo contesto:

“Pos es que ya no nos mandan ni un peso y tenemos que tragar”-  Muy buena razón pero no la suficiente como para que yo no cumpla mis ordenes.   Y el general fue pasado por las armas.

Un incipiente periódico de la vida nacional que tenía pocos años de fundado publicó una notita que paso a menores y fue guardada en los empolvados cajones de la hemeroteca.  Ni quien conocía ni al general ni al teniente coronel.  Simplemente decía que un Teniente Coronel de nombre fulano de tal había fusilado a un general sutano de tal y nadie le dio importancia. Era cosa de todos los días. Generales rebeldes que eran fusilados por estar del otro lado morían como héroes desconocidos.

Pasados muchos años el Teniente Coronel escaló uno a uno los peldaños hasta que llegó al de más arriba en ese país de cuento y después de gobernar y aguantar guerras y chaparrones le llego la hora de decidir a quien dejar.  Fue una decisión difícil. Docenas de generales estaban haciendo cola con la esperanza de ser llamados por la suerte patria. Ni uno de ellos llegó. Le toco el turno a un civil que por meritos propios y de tener la suerte de que sus competidores o los mataban en un restaurante o bien se morían adentro de un avión destrozado en alguna falda del cerro. 

Cuando le reclamaron los generales de porque había chaqueteado traicionando a su estirpe de generales que se habían chingado en la revolución, pasándole el bastón de mando a un civil, él muy serio contestó.

“Se la debía. Yo nunca estuve de acuerdo en hacer lo que hice con su padre. Pero ya saben Uds. como son las cosas por aca. Ordenes son ordenes.